martes, 8 de abril de 2008

Lapices, 1ª parte

Realmente ella no sabía si era de día o de noche. La persiana de la ventana de su habitación había permanecido bajada desde hacía varios días y la verdad era que ella aunque tenía la vista puesta en dicha ventana, ni la miraba.
A veces dormía, a veces movía los ojos mirando hacia el techo o repasando las cosas que estaban en aquella habitación como si esperara la aparición de algo nuevo o por si echaba en falta algunas de ellas. Pero no. Todo seguía allí, quieto, sin moverse, casi a oscuras. Solo cambiaban los ruidos de la calle, las risas de sus vecinos por la noche, el crujir de los muelles de su cama cuando se incorporaba para sentarse, y los mismos crujidos que sonaban cuando se volvía a acostar.
Pasaban las horas mirando aquella ventana porque no quería girarse ni darse la vuelta. Ella sabía que él no estaba ya allí, sabía que encontraría las sábanas removidas y un gran vacío casi tan grande como el que sentía en su corazón. No quería asimilar que él no estaba ya con ella. Ni el consuelo de un nuevo reencuentro la consolaba, ni las risas de sus vecinos, ni la quietud de las cosas de su habitación, ni el saber cuantos días o noches habían pasado. A veces ante sus ojos aparecían las imágenes de los recuerdos de cuando estuvieron juntos, pero se desvanecían con la misma rapidez con la que aparecían. No quería mortificarse viendo sus propios recuerdos, recuerdos que tan feliz la habían hecho sentir.
En su mesa, cientos de cosas, un vaso de agua, un paquete de pañuelos de papel, los cables entremezclados de su aparato de manos libres para el móvil con los de su reproductor de música. Algunas chucherías, libros, un par de películas de DVD y algunos papeles arrugados. Un caos perfectamente organizado en el que ella encontraba todo al instante. Así era su vida: había de todo, y cuando necesitaba encontrar algo, siempre lo encontraba aunque no fuera lo que más necesitara en ese momento.
Se levantó una vez mas de la cama sin querer mirar atrás, puso los pies en el suelo y sintió el frío que le llegaba hasta la espalda y se levantó. Empezó a buscar algo con avidez. Tenía una gran necesidad y quería saciarla. Sin mover su cuerpo escudriñó su habitación, pero esta vez buscaba algo muy concreto, algo que había sido el depositario de lo más importante que ella tenía. Buscaba el lugar donde su alma escribía.
Siempre tuvo celos de esa parte de ella que era capaz de plasmar los sentimientos de esa manera en un papel. Pasaba noches y noches escribiendo hasta caer dormida sobre su cuaderno y a la mañana siguiente, leía lo que había escrito reconociendo a veces eso era obra de alguien que llevaba dentro, pero sobre lo que no tenía pleno control. Su cuaderno de poesías, su cuaderno de sentimientos, su cuaderno de dolor. Eso buscaba. Lo encontró. Saltó hacia él como una leona salta hacia su presa.
¿Se puede saber donde te habías metido? - le dijo al cuaderno con voz de enfadada.
Sabía que nunca obtendría respuesta, pero aún así, ella siguió con su riña al cuaderno como si de un niño travieso se tratara.
Te estaba buscando. Seguro que no estabas donde de dejé. No me vuelvas a hacer esto, ¿te enteras?
Cualquier niño hubiese agachado la cabeza en señal de sumisión, pero el cuaderno se quedó quieto e impasible como si la estuviera retando. Ella se quedó mirando de nuevo al cuaderno e intentó continuar con la riña, pero sabía de alguna manera que perdería la paciencia y que no ganaría esa batalla. Eso sí, el cuaderno recibió su castigo dejándolo caer con desprecio sobre aquella mesa llena de cosas.
Cogió la silla, se sentó, se puso cómoda y presta a escribir un nuevo sentimiento en aquel cuaderno. Tenía prisa puesto que no quería que esa parte que vivía dentro de ella se le adelantara de nuevo y fuese quien escribiese lo que sentía en ese momento. Quería plasmar lo que había sentido en esos días, quería plasmar el gran vacío que sentía en ese momento y quería plasmar lo que los ojos de él le transmitieron al irse. Esos sentimientos eran suyos y solo suyos y nadie se lo iba a arrebatar.
Todo estaba dispuesto, encendió una pequeña luz que colgaba de su pared, buscó en la cajetilla de los lápices, aquel que tuviese mejor punta, aquel que fuese más cómodo, dejando a un lado los viejos lápices que tantas veces la habían acompañado en otros momentos. Para ella, esa era una ocasión especial. El lápiz se sintió orgulloso, se sentía importante de haber sido elegido para tal momento. Miró con desprecio al resto de lápices de la caja pavoneándose y creyéndose el rey del mundo. Era el que todos mirarían con envidia, el líder, el que tenía la mejor punta, el que era mas nuevo.
Cientos de sentimientos empezaron a agolparse en la punta de aquel lápiz, prestos a salir y quedar inmortalizados en ese cuaderno. Cientos de sensaciones afluían en ese momento a su corazón, el cual empezaba a palpitar con fuerza ante el reto que se le ponía por delante. Cientos de imágenes se agolpaban en su mente en un intento desesperado de ordenarse y salir de una en una.
Pero no se movió. Nada se movió. Giró la cabeza y volvió a ver aquellas sabanas vacías. La fuerza con la que sujetaba ese lápiz tan apuesto y aguerrido segundos antes, desfallecía por momentos. Dejó caer el lápiz. El dolor volvía a surgir de lo más profundo de su ausencia para invadir todas aquellas conquistas y logros. Ese dolor irrumpió haciendo que los sentimientos se escondieran, pisoteando todas las sensaciones y apartando de su camino cada una de las imágenes que prestas a salir, solo necesitaban un pequeño impulso para inundar la habitación. De nuevo oscuridad, de nuevo soledad, de nuevo la ignorancia de saber si era de día o de noche. No pudo escribir ni una sola letra, ni plasmar el más pequeño de los signos ortográficos que pudiera indicar una mínima presencia. ¿Porqué dolía tanto amar? .¿Porqué las lagrimas tienen que aparecer siempre en los ojos de dos personas que se aman?.
De nuevo se acostó en la cama dando la espalda al lugar donde él había estado durmiendo. Ni ella ni esa parte de ella que tantas veces se le adelantaba a plasmar sus propios sentimientos en aquel cuaderno, fueron capaces de escribir nada. Siempre lo había podido hacer y no comprendía por qué esta vez no fue capaz de hacer brotar ni una sola letra de sus dedos.
Intento tras intento eran aplastados sin contemplación por aquella sensación de dolor. Ella que siempre había podido y sabido plasmar el dolor en su cuaderno, no podía hacerlo esta vez. La sensación de impotencia era cada vez mas agobiante y la iba encerrando mas y mas en si misma. Cerró los ojos para no pensar en nada y se quedó dormida. Profundamente dormida.
¿Qué ha pasado?. – Se escuchó con una voz muy fina.
Pues que ese engreído no ha escrito ni una sola letra – dijo alguien esta vez con una voz grave y seca.
Tanto cuerpo, tanto figurín y no ha pintado ni una sola letra – dijo alguien mas.
Los lápices de aquella caja empezaron a reírse del llamado “grandullón”. Todos le señalaban como si de un apestado se tratase. Todos los lápices de la caja empezaron a salir. Los había largos, cortos, grises, de colores, con punta fina, con punta gruesa. Al lápiz sin punta tuvieron que ayudarle a salir del a caja entre varios porque el pobre no se podía sostener en pie. Todos los lápices se acercaron al grandullón que aun mostraba su prepotencia ante los demás.
fanfarrón!! – le gritaban algunos lápices de color azul.
¿Donde están los resultados de esa punta tan fina y educada que tienes? – le gritaban los lápices de color rosa
Ella no sabe escribir!! - dijo el grandullón con voz poderosa
Un silencio se hizo entre los lápices. Se miraron unos a otros incrédulos ante la arrogancia del grandullón. Pero una voz salió de dentro de la caja de los lápices
- No sabes sentir grandullón!
Y ahí estaba. Olvidado. Apagado sin apenas carbón en su interior, sin color con la punta redondeada y totalmente gastado por el uso y el tiempo. Se levantó como pudo y a duras penas se dirigió hacia donde estaban todos los lápices. Era un viejo lápiz, era el lápiz con el que ella había plasmado en aquel cuaderno todos sus sentimientos durante muchos años. Era consciente que ella sabía de sobras escribir, sentir y convertir una sensación en maravillosos juegos de palabras. Ese viejo lápiz había compartido con ella noches y noches sin sueño, cientos de letras, miles de correcciones y juntos habían rellenado hojas y hojas de papel llenas de ternura, dulzura y amargura.
El viejo lápiz se acercó al grandullón lentamente mientras el resto de los lápices le hacían un pasillo. Su andar era tortuoso y cansino. Apenas se sostenía pero su firmeza era envidiable. No le quitaba la vista al grandullón y se puso delante de él.
No sabes sentir. – Volvió a repetir el viejo lápiz pero esta vez teniendo cara a cara al grandullón.
Has querido ser protagonista de un momento importante de ella, pero no se puede ser protagonista de algo en lo que no se ha participado ni te has esforzado. Has sido muy egoísta y solo has querido lucirte y poder presumir de lo que ella hubiese escrito, pero te ha salido mal porque ella, no ha podido escribir ni una sola letra – dijo con voz armoniosa el viejo lápiz.

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