miércoles, 6 de febrero de 2008

Sin Nombre

Hace un tiempo iba paseando por la playa y me encontré un preciosa concha de mar. Fue una extraña sensación verla allí tirada en la arena. Mi primer impulso fue cogerla y tocarla. No creía que fuera de verdad. La curiosidad me invadió. Sabía que en las orillas había muchísimas y muchas muy bellas, pero aquella era especial, se había puesto en mi camino para que la viera. Parecía algo vieja, pero conservaba toda su belleza exterior. Era grande y hermosa, mucho más que las otras, con lo cual intuí que su interior debería ser espectacular. Su textura era suave y sus colores únicos. La acariciaba con gusto y parecía que a la concha le gustará... puesto que se entreabría. Desprendía un olor a mar que me gustaba, me la acerqué más a la cara, para olerla y frotar su tacto con mi cara...Me pase minutos frente a ella, que parecían horas o días. Disfrutaba de su presencia. Era como si estuviera haciendo amistad con un extraño ser. Esta concha recobraba vida por momentos y se movía entre mis manos, cosa que me hacía cosquillas. Ella ya no era un objeto inanimado, sino que tenía mucha vida y parecía caramelosa. Quería adoptarla y llevármela a casa, para cuidarla y ponerla en uno de los mejores lugares de casa. De pronto un rayo de sol la atravesó por uno de sus huequitos y vi algo brillar dentro de ella. Efectivamente, esta concha tenía una perla preciosa. No alcancé a ver el tamaño que tenía, pero debía ser enorme. Una clara sonrisa se dibujo en mi cara y la concha seguía deslizándose entre mis manos. Parecíamos un equipo. Me extrañaba como una cosita tan diminuta se movía con tanta soltura entre mis manos, parecía que confiara en mí. Ella no sabía que las conchas como ella son objetos muy preciados para arrancarles su perlita...